Las arenas rojas del desierto. Parte I

PRÓLOGO
Llevaba mucho tiempo planeando un viaje como este. La primera vez que intenté cruzar a Marruecos fue hace ya casi 2 años. En ese momento me quedé en las puertas del ferri y maldiciendo mi falta de planificación… pero esta vez era diferente.
Los días iban pasando, Octubre se acercaba y todavía no tenía la moto lista. Como siempre acababa dejándolo todo para el final. Hasta la última semana no había recibido todas las piezas que me hacían falta o más bien que creía necesitar.
Ella, la moto, era una Yamaha XT600 de arranque a patada. Tan antigua era que era mayor que yo. Pero la opción de elegir un hierro como este, aún sabiendo que era prácticamente indestructible (eso pretendía creerme), no fue otro que usar algo que no dependiese de electrónica, digamos que mi idea era hacer el viaje mas auténtico, épico o como queráis llamarlo. Cumpliendo siempre la premisa de que “cuantas más cosas llevase encima más cosas se podrían joder”, reduje a la mínima expresión a “La bicha».
Estaba a un paso de la aventura del año y los nervios se empezaban a notar. Aunque mentalmente lo sabía, había una parte dentro de mi que prefería ir sin planes y me decía a mi mismo:
Oye, al final llevas una tienda, un saco y puedes dormir donde quieras. ¿Qué puede ser lo peor?¿Qué no te arranque la moto en medio de un monte y tengas que empujarla ladera arriba para arrancarla?
Con esas frases en la cabeza iba haciendo mi rutina diaria hasta que llegó el día previo a la salida. En ese momento empezaron los preparativos reales: Cogí papeles, imprimí certificados y rellené el papeleo de la frontera. Hice lista de lo que necesitaba y luego la reduje a la mitad para ahorrar espacio. Tenía que ir ligero pero cubierto con todas las necesidades: un par de mudas, un par de camisetas, pantalón largo y corto, sudadera, saco, esterilla, tienda, herramientas, mapa, brújula y unos zapatos. Todo eso tenía que entrar en la bolsa estanca sobre el asiento y en otra pequeña mochila que llevaría encima en la que llevar el papeleo, cámara y las cosas de acceso rápido. Con todo eso y el equipo de moto que llevaría puesto sería suficiente.
Por mi cabeza iban pasando varios sentimientos: miedo, alegría, duda, nervios … y finalmente la mañana llegó. Tenía que ir a por la furgoneta que alquilé para transportar a la moto hasta Tarifa. Los 1200 kms que separan Coruña del Tarifa eran demasiados para hacerlos en un día con la moto y ella ya iba a sufrir mucho durante el viaje. Carretera hasta el final, comida para el camino y muchas ganas por delante.
Llegué de noche y sólo tenía fuerzas para dar una vuelta por el paseo al lado de la playa, comprar el billete de ferri para el día siguiente y tumbarme en la parte de atrás al lado de la moto para dormir.
8/10/2017. 8:00 am.
Sonó el despertador y tras el desayuno en un bar de la playa comencé a prepararme. Ya no había marcha atrás y cualquier cosa que necesitase tendría que hacerme con ella en Marruecos. La moto arrancó a la primera y retiro el billete. Mientras esperaba un conductor de bus se bajó para admirar a “la bicha”:
- Madre mía que recuerdos me trae la xt600
- ¿Tuvo una?
- Si, la verdad ha sido una gran moto y tan dura que es que te acaba rompiendo a ti.
- Dímelo a mí, tengo la pierna…
- Con un par de consejos arranca casi siempre a la primera
Estuvimos hablando hasta que llegó el momento de irse. Pero como ella es tímida decidió no arrancar y dejarme en ridículo. No pasaba nada siempre podía empujarla hasta el ferri.
Una vez dentro y con el ondeo de las olas sobre el casco del barco, pasaban por mi mente todo tipo de recuerdos: Desde los más pequeños y lejanos hasta la última noche en mi cama.
Una hora después y tras el papeleo con las aduanas marroquíes en Tánger, Marruecos se abrió delante de mí. Ya se empezaba a notar el caos que de la que tanta gente me había hablado: Coches que se cruzan, bocinas, gritos y la frase local típica para empezar una conversación: «Amigo, amigo».
Después de entrar en el zoco, visitar la Plaza 9 de Abril, comer algo y hacer el cambio de divisa, cogí la carretera en dirección a Kenitra. Me separaban 230kms y contaba hacerlos en 5 horas con algunas paradas por el medio. La carretera iba pegada a la costa y todo el rato se veían olas perfectas a lo largo de las interminables playas.
Empezaba a anochecer y me quedaban todavía 120 kms por carreteras regionales por lo que decidí hacer noche en medio de un bosque que encontré al lado de la carretera. Aunque era temprano estaba cansado y sabiendo que al día siguiente quería llegar hasta las Cascadas de Ouzud cogí pronto el saco y me puse a descansar.
9/10/2017
La noche se hizo corta. Primero pasando por calor y luego más fresca de lo que me esperaba y aún siendo de noche me levanté temprano. En Marruecos no puedes calcular el tiempo que tardarás en hacer X kilómetros y yo tenía 500 que hacer. Después de guardar todo el equipo de nuevo y subirme a la moto, decide que no quiere arrancar y para ponerlo más difícil había una fuga de gasolina en la llave de paso. Una hora después de solucionar el problema de la fuga, empujo la moto hasta una cuesta que había en el bosque. Tardé varios intentos en subirla pero al final consigo arrancarla y empezar a restar kms que tenía por delante.
La gente de la zona ya se había despertado y a los bordes de la carretera hacían su vida: Niños caminando a la escuela, vendedores de melones y otras frutas y hasta enormes rebaños de cabras que cruzaban la carretera justo cuando me tocaba a mí.
Había mucha niebla y con la humedad del ambiente te calaba hasta los huesos. A 50kms de Kenitra la moto me tenía preparada otra sorpresa y se rompe el cable del embrague en medio de la nada. No tenía repuesto para solucionarlo y si paraba no podría volver a arrancar la moto.
Venga, vamos a intentar llegar hasta una ciudad o pueblo grande y buscar un mecánico
Consigo llegar a una gasolinera en la entrada de Kenitra y pregunto en mi «perfecto» francés al de la gasolinera:
- Un mécanicien à proximité?
Ignoró mi pregunta y se marchó a surtir gasolina a los coches. Se me ocurrió preguntar a un hombre que pasaba por mi lado y ahí fue donde conocí a Mahmid, un obrero de maquinaria pesada que se anima ayudarme y conseguirme otro cable. No hablaba ni español ni inglés, pero entre el poco francés que conozco y por el lenguaje universal de las señas nos acabamos entendiendo. No sólo me ayudó a instalarlo, tampoco aceptó la propina que le daba por la ayuda recibida. Hablamos un poco más y después de intercambiar los teléfonos continué feliz mi viaje.
Antes de llegar a las cascadas de Ouzud había que atravesar un puerto de montaña y para ir seguro reposté gasolina. Al pagar me di cuenta deque me devolvieron menos dinero e intenté recuperarlo. Me miraron de arriba abajo con cara de pocos amigos y se fueron. Aceptando mi derrota me subí a la moto y me fuí.
Los días anteriores hubo una tormenta y la zona al no tener vegetación formaba ríos de barro que al llegar a la carretera acababan arrastrando todo a su paso. Por el camino había obreros que cobraban un «peaje» por limpiar las carreteras de piedras y que si no pagas te lanzan las piedras a ti. Evidentemente esto lo supe al no pagarles.
Después de acantilados, gargantas entre las montañas y puentes de hierro que temblaban y crujían con sólo el paso de la moto, conseguí llegar al albergue en Ouzud donde iba a hacer noche. Eran las 5 de la tarde y llevaba muchas horas conduciendo. Hablé con el dueño del albergue, un joven fumador de hachís que rapeaba 2pac, y me acompañó hasta un puesto donde podía comer «el mejor tajín del mundo» y disfrutar de uno de los espectáculos visuales del viaje: Las cascadas de Ouzud
Mereció la pena la paliza del día tras 9 horas de ruta para llegar y poder descansar la mente.
Tags: desiertomarruecosmoto
Bravo Alvaro!! Eres un auténtico aventurero! Un viaje fascinante! Me muero de envidia. ?
Muchas gracias Cris!!
Me alegra que te guste :). Próximamente más historias y más fotos!!